lunes, 20 de octubre de 2008

La sed que da la vida


Continuando aquella noche, luego del grito, me levanté caminé, vela en mano, por las habitaciones, las demás dormían tranquilamente, el silencio reinaba, un silencio mágico casi mistérico, que rondaba luego de aquel grito en la noche, de repente un aroma dulce como de Rosas me guió certeramente hasta la sala donde la chimenea se encendió de repente, y mientras la luz de la chimenea iba inundando subitamente la habitación pude contemplar esta imagen:
"Cuando Jill dejó de llorar se dio cuenta de que tenía una sed atroz. Estaba tendida boca abajo y ahora se levantó. Los pájaros habían cesado de cantar y el silencio era perfecto, quebrado sólo por un leve sonido persistente que parecía venir de muy lejos. Escuchó con más atención y le pareció que era el ruido de una corriente de agua.Jill se puso de pie y miró detenidamente a su alrededor. No se veían señales del León;.pero había tantos árboles que era muy posible que estuviera cerca sin que ella lo supiera. Además, podía haber varios leones. Pero tenía tanta sed que se armó de valor para ir hacia esa corriente. Caminó en la punta de los pies, escabulléndose de árbol en árbol, cautelosamente, deteniéndose a cada paso para mirar a su alrededor. El bosque estaba tan silencioso que no era difícil acercarse al lugar de donde provenía el ruido. Se iba despejando poco a poco y antes de lo que esperaba llegó a un amplio claro y vio el río, brillante como el cristal, que cruzaba el prado muy cerca del lugar donde ella estaba. Pero aunque al ver el agua se sintió diez veces más sedienta, no se abalanzó a beber. Se quedó muy quieta, como si fuera de piedra, y con la boca abierta. Y tenía una buena razón: justo a ese lado del arroyo se encontraba el León. Estaba echado con su cabeza levantada y sus patas delanteras estiradas al frente, como los leones de Se dio cuenta inmediatamente de que él la había visto, porque la miró directo a los ojos por un momento y después se dio vuelta, como si la conociera demasiado bien y no le gustara nada. Si escapo me alcanzará en un segundo -pensó Jill-. Y si sigo, caeré derecho en su boca”. Como fuese, no podía moverse, aunque hubiera tratado, y tampoco podía apartar sus ojos de los suyos. Cuánto duró esto, no estaba segura; pareció durar horas. Y la sed se hizo tan horrible que llegó a pensar que no le importaría que el León la comiera si antes podía beber un buen trago de agua.
-Puedes beber si tienes sed.
Eran las primeras palabras que escuchaba desde que Scrubb le habló al pie del acantilado. Miró para todos lados, preguntándose quién habría hablado. La voz repitió: “Puedes beber si tienes sed”, y entonces se acordó de lo que Scrubb le había contado sobre los animales que hablan en ese otro mundo, y comprendió que era el León el que había dicho esas palabras. De todos modos, había visto que sus labios se movían, y la, voz no era la de un hombre. Era más profunda, más salvaje y con más fuerza; una voz dorada, gruesa. No es que la hubiese tranquilizado mayormente; más bien hizo que se sintiera asustada, pero de un modo bastante distinto.

-¿No tienes sed? -preguntó el León.

-Me muero de sed -respondió Jill.

-Entonces, bebe -dijo el León.

- ¿Me dejas... podría yo... te importaría alejarte mientras bebo? -dijo Jill.

El León respondió sólo con una mirada y un gruñido apagado. Al contemplar aquella corpulenta masa inmóvil, Jill comprendió que igualmente podría pedirle a la montaña entera que se hiciera a un lado para darle el gusto a ella. El delicioso murmullo del río la estaba volviendo loca.

-¿Me prometes que no me... harás nada si me acerco? -preguntó Jill.

-Yo no hago promesas -dijo el León.

Jill tenía tanta sed que, sin darse cuenta, se había acercado un paso más.

- ¿Te comes a las niñas? -Preguntó.

-Me he tragado niñas y niños, mujeres y hombres, reyes y emperadores, ciudades y reinos -repuso el León. No lo dijo como vanagloriándose, ni como si se arrepintiera, ni como si estuviera enojado. Simplemente lo dijo.

-No me atrevo a ir a beber -murmuró Jill.

-Entonces morirás de sed -dijo el León.

-¡Dios mío! -exclamó Jill, acercándose otro paso-. Supongo que tendré que irme y buscar otro río.

-No hay otro río -dijo el León.

Jamás se le ocurrió a Jill no creerle al León -nadie que viera su cara severa podría dudar- y de súbito tomó su decisión. Era lo peor que le había tocado hacer en su vida, pero corrió hacia el río, se arrodilló y empezó a tomar agua con la mano. Era el agua más fría y refrescante que había probado. No necesitabas beber una gran cantidad, porque apagaba de inmediato tu sed. Antes de probarla tenía la intención de escapar del León en cuanto terminara de beber. Ahora se dio cuenta de que eso sería sumamente peligroso. Se puso de pie y se quedó allí, con los labios aún húmedos con el agua.

-Ven -dijo el León."

La escena terminó dejándome en suspenso de su significado...
De repente una voz amiga, con acento francés desde atrás me dijo:
-"Aquí abajo estamos en el olvido de la verdad trascendente y sobrenatural" pequeña "Luego que la sed es condición de salvación. Hay que tener sed de esa verdad olvidada hasta sentir que la sed nos mata"-dijo suspirando de alegría y con ojos llenos de ternura-"En fin, que la sed es saciedad seguramente..."Dijo como para sus adentros y agregó "Si tenemos suficiente sed de esa agua, y si sabemos que nos corresponde beberla en tanto somos hijos de Dios, ella nos será acordada"-dijo por ultimo con una alegría en extremo contagiosa.
Me dí vuelta contenta para recibirla a Simone, ella me sonrió;en seguida quise contarles a las chicas pero cuando iba a mitad de la escalera ella sonriendo desapareció...

viernes, 17 de octubre de 2008

Acerca de la Verdad Encarnada


Es noche oscura en el medio del Jardín, la luz de la luna en su azul palidez apenas alumbra las grandes habitaciones de techo gris...y de repente en medio de la noche un grito claro y fuerte, un grito de una desesperación que busca la esperanza, la esperanza de la Verdad encarnada:
"Busco una Verdad por la cual vivir y morir, en los milagros y en el silencio, en la luz y en la oscuridad, en el Tabor y en la Cruz; una Verdad por la cual darlo todo y tenerlo todo, una Verdad de vida, una Verdad vivida"
No sé quién escuchará mi grito en medio de noche tan cerrada, donde hasta la Verdad aparece desdibujada, pero una vez no hace mucho, allá a lo lejos Alguien dijo: "Pedid y se os dará, buscad y encontrareis"

¡Señor, Señor Sálvanos que nos hundimos!


domingo, 12 de octubre de 2008

Sobre el camino, la casa, y el volar


Caminando hoy perdida en el Jardin entre miles de sentimientos de angustia adversa, recordando los buenos momentos pasados con mi gente amada, me dí cuenta que nuestro camino, entre valles tortuosos y lagos profundos, está lleno de pequeñas comarcas a las que llamamos hogar, pero hete aquí la pregunta ¿es la comarca, comarca, por ser un lugar, o lo es por las personas que allí han de habitar? Siempre me inclinaré a pensar que hasta el más triste lugar, puede ser hogar si en el hay recuerdos de personas con las cuales llenar esa bendita Soledad. Pero llegado el momento, ¿qué es aquello, que en medio de la comodidad del hogar, te hace querer despegar las alas y echarte a volar? Un volar que en el fondo es un renunciar a esa comodidad, un volar que además, en sí, es abrazar la propia Soledad, de la que uno allí estaría a salvo. ¿Es acaso egoísmo, odio o dolor? No, ya lo anuncia el génesis que la casa se ha de dejar; es más bien un querer perder, para volver a encontrar, es más bien un alejarse para volver a mirar y mirar mejor, es un respirar afuera en el aire para volver con los pulmones llenos; y es además el probarse que uno puede ser persona y volar por sí y de esa manera volver con esa riqueza de ser uno al hogar. ¿Es un llamado además? Sí es un llamado, es un llamado a crecer y a ser uno mismo, para así poder volver al Verdadero Hogar. Sin embargo, cuidado se ha de tener, no sea cosa, que el llamado y el ímpetu de volar te hagan, con el impulso de saltar romper y descuidar el propio hogar; es de recordar que siempre se ha de buscar el justo medio del horizonte al volar.

lunes, 6 de octubre de 2008

Eowyn y el Nazgul


Hoy andando en el desván de la mansión, fijando mi mirada lejos de los "fenómenos circundantes a la protención", saqué este fragmentito de un gran libro viejo que dedico a todos los que se tengan que enfrentar con algo a lo que le tengan gran miedo:
"Rápida como una nube de tormenta descendió la Sombra. Y se vio entonces que era una criatura
alada: un ave quizá, pero más grande que cualquier ave conocida; y parecía desnuda, pues no tenía plumas. Las alas enormes eran como membranas coriáceas entre dedos callosos; hedían. Una criatura acaso de un mundo ya extinguido, cuya especie, escondida en montañas olvidadas y frías bajo la luna, había sobrevivido incubando en algún nido horripilante esta progenie última y maligna. Y el Señor Oscuro la había adoptado, alimentándola con carnes putrefactas, hasta que fue mucho más grande que todas las otras criaturas aladas; y como cabalgadura la había entregado a su servidor. Descendió,descendió, y luego, replegando las palmas digitadas, lanzó un graznido ronco, y se posó de pronto sobre Crinblanca, y le hincó las garras encorvando el largo cuello implume. Una figura envuelta en un manto negro, enorme y amenazante, venía montada en aquella criatura. Llevaba una corona de acero, pero nada visible había entre el aro de la corona y el manto, salvo el fulgor mortal de unos ojos: el Señor de los Nazgül. Llamando a su corcel antes que se desvaneciera otra vez la oscuridad, había retornado al aire, y ahora volvía a atacar, trayendo consigo la ruina, transformando la esperanza en desesperación, y la victoria en muerte. Blandía una gran maza negra. Pero Théoden no había quedado totalmente abandonado. Los caballeros del séquito yacían sin vida en torno o habían sido llevados lejos de allí, arrastrados por la locura de sus corceles. Uno, sin embargo, permanecía junto al rey: el joven Dernhelm, fiel más allá del miedo, y lloraba, pues había amado a su señor como a un padre.
Durante la batalla, y hasta que la Sombra bajó, Merry se había mantenido a salvo en la grupa de Hoja de Viento, pero de pronto, el corcel aterrorizado había arrojado al suelo a sus jinetes, y ahora corría desbocado a través de la llanura. Merry se arrastraba en cuatro patas como una alimaña aturdida; se sentía ciego y enfermo de terror. «¡Paje del rey! ¡Paje del rey!» le gritaba el corazón dentro del pecho. «Tu obligación es seguir junto a él. "Seréis como un padre para mí", dijiste.» Pero la voluntad no le obedecía, y el cuerpo le temblaba. No se atrevía a abrir los ojos ni a levantar la cabeza. De improviso, en medio de aquella oscuridad que le ocupaba la mente, creyó oír la voz de Dernhelm; pero le sonó extraña, como si le recordase la de alguien que conocía.
— ¡Vete de aquí, dwimmerlaik, señor de la carroña! ¡Deja en paz a los muertos!
Una voz glacial le respondió:
— ¡No te interpongas entre el Nazgül y su presa! No es tu vida lo que arriesgas perder si te
atreves a desafiarme; a ti no te mataré: te llevaré conmigo muy lejos, a las casas de los lamentos, más allá de todas las tinieblas, y te devorarán la carne, y te desnudarán la mente, expuesta a la mirada del Ojo sin Párpado.
Se oyó el ruido metálico de una espada que salía de la vaina.
—Haz lo que quieras; mas yo lo impediré, si está en mis manos.
— ¡Impedírmelo! ¿A mí? Estás loco. ¡Ningún hombre viviente puede impedirme nada!
Lo que Merry oyó entonces no podía ser más insólito para esa hora: le pareció que Dernhelm se
reía, y que la voz límpida vibraba como el acero.
—¡Es que no soy ningún hombre viviente! Lo que tus ojos ven es una mujer. Soy Eowyn hija de
Eomund. Pretendes impedir que me acerque a mi señor y pariente. ¡Vete de aquí si no eres una criatura inmortal! Porque vivo o espectro oscuro, te traspasaré con mi espada si lo tocas.
La criatura alada respondió con un alarido, pero el Espectro del Anillo quedó en silencio, como
si de pronto dudara. Estupefacto más allá del miedo, Merry se atrevió a abrir los ojos: las tinieblas que le oscurecían la vista y la mente se desvanecieron. Y allí, a pocos pasos, vio a la gran bestia, rodeada de una profunda oscuridad; y montando en ella como una sombra de desesperación, al Señor de los Nazgül. Un poco hacia la izquierda, delante de la bestia alada y su jinete, estaba ella, la mujer que hasta ese momento Merry llamara Dernhelm. Pero el yelmo que ocultaba el secreto de Eowyn había caído, y los cabellos sueltos de oro pálido le resplandecían sobre los hombros. La mirada de los ojos grises como el mar era dura y despiadada, pero había lágrimas en las mejillas. La mano esgrimía una espada, y alzando el escudo se defendía de la horrenda mirada del enemigo. Era Eowyn y también era Dernhelm. Y el recuerdo del rostro que había visto en el Sagrario a la hora de la partida reapareció una vez más en la mente del hobbit: el rostro de alguien que ha perdido toda esperanza y busca la muerte. Y sintió piedad, y asombro; y de improviso, el coraje de los de su raza, lento en encenderse, volvió a mostrarse en él. Apretó los puños. Tan hermosa, tan desesperada, Eowyn no podía morir. En todo caso no iba a morir a solas, sin ayuda. El enemigo no lo miraba, pero Merry, no se atrevía a moverse temiendo que los ojos asesinos lo descubrieran. Lenta, muy lentamente, se arrastró a un lado; pero el Capitán Negro, movido por la duda y la malicia, sólo miraba a la mujer que tenía delante, y a Merry no le prestó más atención que a un gusano en el fango. De pronto, la bestia horripilante batió las alas, levantando un viento hediondo. Subió en el aire, y luego se precipitó sobre Eowyn, atacándola con el pico y las garras abiertas. Tampoco ahora se inmutó Eowyn: doncella de Rohan, descendiente de reyes, flexible como un junco pero templada como el acero, hermosa pero terrible. Descargó un golpe rápido, hábil y mortal. Y cuando la espada cortó el cuello extendido, la cabeza cayó como una piedra, y la mole del cuerpo se desplomó con las alas abiertas. Eowyn dio un salto atrás. Pero ya la sombra se había desvanecido. Un resplandor la envolvió y los cabellos le brillaron a la luz del sol naciente. El Jinete Negro emergió de la carroña, alto y amenazante. Con un grito de odio que traspasaba los tímpanos como un veneno, descargó la maza. El escudo se quebró en muchos pedazos, y Eowyn vaciló y cayó de rodillas: tenía el brazo roto. El Nazgül se abalanzó sobre ella como una nube; los ojos le relampaguearon, y otra vez levantó la maza, dispuesto a matar.
Pero de pronto se tambaleó también él, y con un alarido de dolor cayó de bruces, y la maza, desviada del blanco, fue a morder el polvo del terreno. Merry lo había herido por la espalda. Atravesando el manto negro, subiendo por el plaquín, la espada del hobbit se había clavado en el tendón detrás de la poderosa rodilla.
— ¡Eowyn! ¡Eowyn! —gritó Merry.
Entonces Eowyn, trastabillando, había logrado ponerse de pie una vez más, y juntando fuerzas
había hundido la espada entre la corona y el manto, cuando ya los grandes hombros se encorvaban sobre ella. La espada chisporroteó y voló por los aires hecha añicos. La corona rodó a lo lejos con un ruido de metal. Eowyn cayó de bruces sobre el enemigo derribado. Mas he aquí que el manto y el plaquín estaban vacíos. Ahora yacían en el suelo, despedazados y en un montón informe; y un grito se elevó por el aire estremecido y se transformó en un lamento áspero, y pasó con el viento, una voz tenue e incorpórea que se extinguió, y fue engullida, y nunca más volvió a oírse en aquella era del mundo."
No es mucho lo que nosotros podemos hacer ante nuestros miedos o ante las tinieblas, a lo sumo podemos pararnos de frente y enfrentarlos, recordando que la valentía no es la ausencia de miedo sino la conciencia de que hay algo más importante que el miedo. Tanto Eowyn como Merry tuvieron de frente a la poderosa sombra, y tuvieron aquel conocimiento; y Aquél que crea las cosas de la nada y saca santos de pecadores, trocó su miedo en valentia, su desesperación en hazaña, y les concedio la victoria.
Pues nada es imposible para aquél que hizo el cielo y la tierra que puede hacer a una simple mujer aplastar la cabeza del enemigo y al más pequeño de sus hijos llegar a las cumbres altas que traspasan su altura.
Hay que recordar, el Señor obra milagros, y siempre, siempre esta a nuestro lado para que podamos cumplir las hazañas para las que fuimos hechos, aún cuando aquellas nos parezcan a nosotros y a nuestros miedos y vergüenzas, imposibles.