sábado, 18 de septiembre de 2010

Mater Ecclesia




¡Cuanta Ignorancia hay sobre las obras de mi Madre Iglesia,
que no se conocen sus obras, sino las de los hijos de ella!
¡Y ay de los hijos que no son dignos de una madre como aquella!

miércoles, 8 de septiembre de 2010

El codo del camino


Se siente huir el invierno, y mientras los alegres Zephiros animan el Jardín, a la vuelta del camino ésta escena se presentó ante mí:
"Anne fue la tarde siguiente al pequeño cementerio de Avonlea, a poner flores frescas en la tumba de Matthew y regar la rosa de Escocia. Se quedó allí hasta el anochecer, gozando de la paz y tranquilidad del lugar; el murmullo de los álamos era cual una suave y gentil conversación con la hierba que crecía libremente entre las tumbas. Cuando partió por fin y bajó la larga colina que moría en el Lago de las Aguas Refulgentes, ya hacía tiempo que había caído el sol y toda Avonlea estaba ante ella, iluminada por la mortecina luz, «el fantasma de una antigua paz». En el aire había una frescura como si el viento hubiera soplado sobre los dulces campos de tréboles. Las luces de las casas parpadeaban aquí y allá entre los árboles. A lo lejos estaba el mar, brumoso y púrpura, con su murmullo incesante y embrujador. El occidente era una gloria de suaves tonos y la laguna los reflejaba en todas sus gamas. La belleza hizo estremecer el corazón de Anne y, agradecida, le abrió las puertas de su alma.
—Mi mundo querido —murmuró—, eres muy hermoso y me alegra vivir en ti.
A mitad del camino en la colina, un muchacho alto salió silbando de la puerta de la casa de los Blythe. Era Gilbert, y el silbido murió en sus labios cuando reconoció a Anne. Se quitó cortésmente la gorra, pero hubiera cruzado en silencio si Anne no se hubiera detenido, alargándole la mano.
—Gilbert —dijo, con las mejillas rojas—, quiero agradecerle que me cediera el colegio. Ha sido un gran detalle de su parte y quiero que sepa cuánto lo agradezco.
Gilbert tomó ansiosamente la mano que le ofrecían.
—No fue nada particularmente bueno de mi parte, Anne. Me gustó prestar algún pequeño servicio. ¿Vamos a ser amigos después de esto? ¿,Me has perdonado de verdad mi vieja culpa?
Anne rió y trató sin éxito de retirar su mano.
—Ya te perdoné aquel día en el embarcadero. Fui una estúpida cabezota. Desde entonces, debo confesarte, lo he sentido terriblemente.
—Seremos los mejores amigos —dijo Gilbert jubilosamente—. Hemos nacido para serlo, Anne. Has burlado al destino mucho tiempo. Sé que nos podemos ayudar uno a otro de muchas maneras. Tú vas a continuar estudiando, ¿no es así? Yo también. Vamos, te acompañaré a casa.
Marilla miró curiosamente a Anne cuando ésta entró en la cocina.
—¿Quién venía contigo por el sendero, Anne?
—Gilbert Blythe —respondió Ana, avergonzada de encontrarse sonrojada—. Lo encontré en la
colína de los Barry.
—No creí que tú y Gilbert fuerais tan buenos amigos como para estar charlando media hora en la puerta —dijo Marilla con
una seca sonrisa.
—No lo éramos; fuimos buenos enemigos. Pero hemos decidido que será más sensato ser
buenos amigos en el futuro. ¿Estuvimos de verdad media hora? Parecieron unos pocos minutos. Es que tenemos cinco años de silencio que vencer.
Anne se sentó junto a su ventana acompañada de un alegre sentimiento. El viento soplaba suavemente entre las cerezas y llegaba el olor de la menta. Las estrellas titilaban sobre los pinos del valle y la luz de Diana brillaba en la distancia.
El horizonte de Anne se había cerrado desde la noche en que se sentó allí a su regreso de la Academia; pero si la senda ante sus pies había de ser estrecha, sabía que las flores de la tranquila felicidad la bordearían. La alegría del trabajo sincero, de la aspiración digna y de la amistad sería suya; nada podía apartarla de su derecho a la fantasía o del mundo ideal de sus sueños. ¡Y siempre estaba el codo del camino!
—«Gloria a Dios en las Alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad» —murmuró suavemente Anne"