viernes, 30 de enero de 2009

El Zorro y el Principito


Ahondando en cajones viejos en Misselthwaite, aparte de una vieja remera fucsia que compartimos con Ruth encontré este diálogo que por estar en momento especial, a los que puedo llamar amigos se los dedico:

"(...)Y luego continuó diciéndose: "Me creía rico con una flor única y resulta que no tengo más que
una rosa ordinaria. Eso y mis tres volcanes que apenas me llegan a la rodilla y uno de los cuales acaso esté extinguido para siempre. Realmente no soy un gran príncipe... " Y echándose sobre la hierba, el principito lloró.
Entonces apareció el zorro:
—¡Buenos días! —dijo el zorro.
—¡Buenos días! —respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.
—Estoy aquí, bajo el manzano —dijo la voz.
—¿Quién eres tú? —preguntó el principito—. ¡Qué bonito eres!
—Soy un zorro —dijo el zorro.
—Ven a jugar conmigo —le propuso el principito—, ¡estoy tan triste!
—No puedo jugar contigo —dijo el zorro—, no estoy domesticado.
—¡Ah, perdón! —dijo el principito.
Pero después de una breve reflexión, añadió:
—¿Qué significa "domesticar"?
—Tú no eres de aquí —dijo el zorro— ¿qué buscas?
—Busco a los hombres —le respondió el principito—. ¿Qué significa "domesticar"?
—Los hombres —dijo el zorro— tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían
gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
—No —dijo el principito—. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? —volvió a preguntar el
principito.
—Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa "crear vínculos... "
—¿Crear vínculos?
—Efectivamente, verás —dijo el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito
igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
—Comienzo a comprender —dijo el principito—. Hay una flor... creo que ella me ha
domesticado...
—Es posible —concedió el zorro—, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.
—¡Oh, no es en la Tierra! —exclamó el principito.
El zorro pareció intrigado:
—¿En otro planeta?
—Sí.
—¿Hay cazadores en ese planeta?
—No.
—¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
—No.
—Nada es perfecto —suspiró el zorro.
Y después volviendo a su idea:
—Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se
parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.
El zorro se calló y miró un buen rato al principito:
—Por favor... domestícame —le dijo.
—Bien quisiera —le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y
conocer muchas cosas.
—Sólo se conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen
tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
—¿Qué debo hacer? —preguntó el principito.
—Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de
mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos ent endidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
El principito volvió al día siguiente.
—Hubiera sido mejor —dijo el zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las
cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
—¿Qué es un rito? —inquirió el principito.
—Es también algo demasiado olvidado —dijo el zorro—. Es lo que hace que un día no se
parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:
—¡Ah! —dijo el zorro—, lloraré.
—Tuya es la culpa —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te
domestique...
—Ciertamente —dijo el zorro.
—¡Y vas a llorar!, —dijo él principito.
—¡Seguro!
—No ganas nada.
—Gano —dijo el zorro— he ganado a causa del color del trigo.
Y luego añadió:
—Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme
adiós y yo te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:
—No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han
domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
—Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea
podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.
Y volvió con el zorro.
—Adiós —le dijo.
—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : sólo con el corazón
se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
—Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse.
—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
—Es el tiempo que yo he perdido con ella... —repitió el principito para recordarlo.
—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres
responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa..."

lunes, 19 de enero de 2009

Homero y homero


Resulta que andando aburrida me paseaba por la estancia de Misselthwaite, en realidad paseaba la vista desde el sillón al techo, sin querer hacer nada, el día florecía afuera pero yo no lo miraba estaba demasiado embotada. Pasó así la tarde y se hizo la noche, el día se fue sin ton ni son y mi estado no era mayor que el de una larva, la pereza me había vencido. Al llegar a la cama luego de un día de no hacer nada, la sensación era propiamente gelatinosa y el cansancio agobiante. Allí mirando nuevamente el techo me puse a pensar... ¡Qué diferente era una tarde de nada a una tarde de ocio! Tan Diferente como Homero lo es de homero Simpson. Y me dí cuenta del error y es que hoy en día solemos confundir la pereza de no hacer nada con el Ocio contemplativo, queremos descansar no haciendo nada, y allí nos equivocamos pues no es haciendo nada que descansamos, sino que descansamos cuando comtemplamos, ya que son tan distintos la pereza y el Ocio, que de uno crece la panza y de otro surge una Ilíada. Uno nos derrite lentamente hasta llevarnos a la apatía del infierno, y el otro nos solidifica hasta llevarnos a la alergría del Cielo. ¿Cómo sucede todo? Eso dejemos que Orugario nos lo comente:
"Al irse estableciendo más completamente esta situación, te irás librando, paulatinamente, del fatigoso trabajo de ofrecer placeres como tentaciones. Al irle separando cada vez más de toda auténtica felicidad esa incomodidad, y su resistencia a enfrentarse con ella, y como la costumbre va haciendo al mismo tiempo menos agradables y menos fácilmente renunciables (pues eso es lo que el hábito hace; por suerte, con los placeres) los placeres de la vanidad, de la excitación y de la ligereza, descubrirás que cualquier cosa, o incluso ninguna, es suficiente para atraer su atención errante. Ya no necesitas un buen libro, libro que le guste de verdad, para mantenerle alejado de sus oraciones, de su trabajo o de su reposo; te bastará con una columna de anuncios por palabras en el periódico de ayer. Le puedes hacer perder el tiempo no ya en una conversación amena, con gente de su agrado, sino incluso hablando con personas que no le interesan lo más mínimo de cuestiones que le aburren. Puedes lograr que no haga absolutamente nada durante períodos prolongados. Puedes hacerle trasnochar, no yéndose de juerga, sino contemplando un fuego apagado en un cuarto frío. Todas esas actividades sanas y extravertidas que queremos evitarle pueden impedírsele sin darle nada a cambio, de tal forma que pueda acabar diciendo, como dijo al llegar aquí abajo uno de mis pacientes: "Ahora veo que he dejado pasar la mayor parte de mi vida sin hacer ni lo que debía ni lo que me apetecía". Los cristianos describen al Enemigo como aquél "sin quien nada es fuerte". Y la Nada es muy fuerte: lo suficiente como para privar a un hombre de sus mejores años, y no cometiendo dulces pecados, sino en una mortecina vacilación de la mente sobre no sabe qué ni por qué, en la satisfacción de curiosidades tan débiles que el hombre es sólo medio-consciente de ellas, en tamborilear con los dedos y pegar taconazos, en silbar melodías que no le gustan, o en el largo y oscuro laberinto de unos ensueños que ni siquiera tienen lujuria o ambición para darles sabor, pero que, una vez iniciados por una asociación de ideas puramente casual, no pueden evitarse, pues la criatura está demasiado débil y aturdida como para librarse de ellos."
Más adelante reta a su sobrino sobre el Error que es darle un tiempo de Ocio, de sana diversión:
"Y ahora veamos tus errores. En primer lugar según tú mismo dices, permitiste que tu paciente leyera un libro del que realmente disfrutaba, no para que hiciese comentarios ingeniosos a costa de él ante sus nuevos amigos, sino meramente porque disfrutaba de ese libro. En segundo lugar, le permitiste andar hasta el viejo molino y tomar allí el té: un paseo por un campo que realmente le gusta, y encima a solas. En otras palabras: le permitiste dos auténticos placeres positivos. ¿Fuiste tan ignorante que no viste el peligro que entrañaba esto? Lo característico de las penas y de los placeres es que son inequívocamente reales y, en consecuencia, mientras duran, le proporcionan al hombre un patrón de la realidad. Así, si tratases de condenar a tu hombre por el método romántico —haciendo de él una especie de Childe Harold o Werther, autocompadeciéndose de penas imaginarias—, tratarías de protegerle, a cualquier precio, de cualquier dolor real; porque, naturalmente, cinco minutos de auténtico dolor de muelas revelarían la tontería que eran sus sufrimientos románticos, y desenmascararían toda tu estratagema. Pero estabas intentando hacer que tu paciente se condenase por el Mundo, esto es, haciéndole aceptar como placeres la vanidad, el ajetreo, la ironía y el tedio costoso. ¿Cómo puedes no haberte dado cuenta de que un placer real era lo último que debías permitirle? ¿No previste que, por contraste, acabaría con todos los oropeles que tan trabajosamente le has estado enseñando a apreciar? ¿Y que el tipo de placer que le dieron el libro y el paseo es el más peligroso de todos? ¿Que le arrancaría la especie de costra que has ido formando sobre su sensibilidad, y le haría sentir que está regresando a su hogar, recobrándose a sí mismo? Como un paso previo para separarle del Enemigo, querías apartarle de sí mismo, y habías hecho algunos progresos en esa dirección. Ahora, todo eso está perdido. Sé, naturalmente, que el Enemigo también quiere apartar de sí mismos a los hombres, pero en otro sentido. Recuerda siempre que a Él le gustan realmente esos gusanillos, y que da un absurdo valor a la individualidad de cada uno de ellos. Cuando Él habla de que pierdan su "yo". Se refiere tan sólo a que abandonen el clamor de su propia voluntad. Una vez hecho esto, Él les devuelve realmente toda su personalidad, y pretende (me temo que sinceramente) que, cuando sean completamente Suyos, serán más "ellos mismos" que nunca. Por tanto, mientras que Le encanta ver que sacrifican a su voluntad hasta sus deseos más inocentes, detesta ver que se alejen de su propio carácter por cualquier otra razón. Y nosotros debemos inducirles siempre a que hagan eso. Los gustos y las inclinaciones más profundas de un hombre constituyen la materia prima, el punto de partida que el Enemigo le ha proporcionado. Alejar al hombre de ese punto de partida es siempre, pues, un tanto a nuestro favor; incluso en cuestiones indiferentes, siempre es conveniente sustituir los gustos y las aversiones auténticas de un humano por los patrones mundanos, o la convención, o la moda. Yo llevaría esto muy lejos: haría una norma erradicar de mi paciente cualquier gusto personal intenso que no constituya realmente un pecado, incluso si es algo tan completamente trivial como la afición al cricket, o a coleccionar sellos, o a beber batidos de cacao. Estas cosas, te lo aseguro, de virtudes no tienen nada; pero hay en ellas una especie de inocencia, de humildad, de olvido de uno mismo, que me hacen desconfiar de ellas; el hombre que verdadera y desinteresadamente disfruta de algo, por ello mismo, y sin importarle un comino lo que digan los demás, está protegido, por eso mismo, contra algunos de nuestros métodos de ataque más sutiles. Debes tratar de hacer siempre que el paciente abandone la gente, la comida o los libros que le gustan de verdad, y que los sustituya por la "mejor" gente, la comida "adecuada" o los libros "importantes". Conocí a un humano que se vio defendido de fuertes tentaciones de ambición social por una afición, más fuerte todavía, a los guisados con cebolla."
En otras palabras para estas vacaciones en vez de no hacer nada busquemos sanas diversiones, vivamos la vida comteplando y degustando todolo que ella tiene para dar para decir con Inocent Smith "Hombre sobre dos patas descubierto vivo".

viernes, 2 de enero de 2009

¡Otra vez!


Pasados ya 11 días de este nuevo año que comienza el Jardín reabre sus puertas, y en este acto de reabrir, volvemos a descubrir algo nuevo y viejo a la vez. Ya hace 8 meses que el Jardín abrió sus puertas y nos hemos llegado, los habitantes y los lectores, a conocer. Tenemos esa sensación de que cuando andamos por estas paginas estamos en casa, pero a la vez compartimos la expectativa de qué tema nuevo vayamos juntos a tocar. Sí, yo también comparto esa expectativa aunque sea la que escriba (si bien, no siempre, esperemos que lo de Ruth se repita), y justamente de esa mezcla de familiaridad con expectativa sobre lo que quería en este comienzo de año hablar.
Empieza Chesterton Ortodoxia diciendo:"I have often had a fancy for writing a romance about an English yachtsman who slightly miscalculated his course and discovered England under the impression that it was a new island in the South Seas.” Aquél hombre llega a Inglaterra pensando que ha arribado al nuevo mundo, sin embargo es al viejo al que ha llegado. En muchos de sus escritos nuestro querido escritor Ingles juega con esta combinación entre lo nuevo y lo viejo y lo remarca como una característica esencial del Cristianismo, la religión que es nueva y vieja a la vez, nueva porque en ella reside la capacidad de asombrarnos todos del milagro de la Encarnación y vieja porque cuando desembarcamos en sus costas nos sentimos como en casa. Es en esta combinación de asombro y familiaridad donde se encuentra una de las llaves de entrada y de permanencia en la Fe. ¿A qué me refiero con ello? Si recuerdan el viaje a la Armonía, recordaran que tenemos tanto porteños como armonienses, que hay gente que arriba a la fe y otra que ya ha nacido en ella, unos tienen la tarea de permanecer y otros tienen la de llegar, y la clave para que ambos puedan lograr esas dos cosas es el unir el asombro y la familiaridad, el poder descubrir las cosas para volver a redescubrirlas “Podría observarse lo que quiero decir, por ejemplo en los niños, cuando descubren un juego o una broma que les proporciona especial alegría. Un niño se golpea rítmicamente los talones, a causa de un desborde y no de una carencia de vida. Porque los niños rebosan vitalidad por ser en espíritu libres y altivos; de ahí que quieran las cosas repetidas y sin cambios. Siempre dicen "hazlo otra vez"; y el grande vuelve a hacerlo aproximadamente hasta que se siente morir. Porque la gente grande no es suficientemente fuerte para regocijarse en la monotonía. Pero tal vez Dios sea bastante fuerte para regocijarse en ella. Es posible que Dios diga al sol cada mañana: "hazlo otra vez", y cada noche diga a la luna: "hazlo otra vez”.” Por ello en este año nuevo les deseo a los que están navegando y a los que ya están en tierra que puedan descubrir el asombro de llegar y estar en casa para que de esa manera pueda cada uno ser sorprendido por la Alegría una y otra vez.