martes, 16 de junio de 2009

Corpus Domini en el Jardin


En vistas a los comentarios en el blog del amigo Natalio, en el Jardín hacemos una procesión que desciende desde las 7 colinas antiguas que rodean el este de la mansión pasando por la casa de la gentil Reina del Plata hasta, tornar a las alturas en las sierras que bordean el oeste de la casa. ¿Cómo haremos este cometido los lectores y las habitantes? Caminando por las letras de las palabras del Mago Blanco de Occidente; y rezando en el interior a la gracia, que nos hizo merecer tan Augusto Presente:

"Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre".

"Queridos hermanos y hermanas:

Estas palabras, que pronunció Jesús en la Última Cena, se repiten cada vez que se renueva el sacrificio eucarístico. Las acabamos de escuchar, en el Evangelio de Marcos, y resuenan con una singular potencia evocadora hoy, solemnidad del Corpus Christi. Nos llevan espiritualmente al Cenáculo, nos hacen revivir el clima espiritual de aquella noche cuando, al celebrar la Pascua con los suyos, el Señor, en el misterio, anticipó el sacrificio que se consumaría el día después sobre la cruz. La institución de la Eucaristía se nos presenta de este modo como anticipación y aceptación por parte de Jesús de su muerte. Escribe san Efrén de Siria: "Durante la cena, Jesús se inmoló así mismo; en la cruz Él fue inmolado por los otros" (Cf. Himno sobre la crucifixión 3,1).

"Esta es mi sangre". Es clara aquí la referencia al lenguaje empleado para los sacrificios de Israel. Jesús se presenta a sí mismo como verdadero y definitivo sacrificio, en el cual se realiza la expiación de los pecados que, en los ritos del Antiguo Testamento, no se habían cumplido nunca totalmente. A esta expresión le siguen otras dos muy significativas. Ante todo, Jesucristo dice que su sangre "es derramada por muchos" con una comprensible referencia a los cantos del Siervo, que se encuentran en el libro de Isaías (Cf. capítulo 53). Al añadir "sangre de la alianza", Jesús manifiesta además que, gracias a su muerte, se realiza la profecía de la nueva alianza fundada en la fidelidad y el amor infinito del Hijo hecho hombre, una alianza, por tanto, más fuerte que todos los pecados de la humanidad. La antigua alianza había sido sancionada en el Sinaí con un rito de sacrificio de animales, como hemos escuchado en la primera lectura y el pueblo elegido, liberado de la esclavitud de Egipto, había prometido seguir todos los mandamientos dados por el Señor (Cf. Éxodo 24, 3).

En verdad, Israel desde el comienzo, con la construcción del becerro de oro, se mostró incapaz de mantenerse fiel al pacto divino, que de hecho, transgredió muy a menudo, adaptando a su corazón de piedra la Ley que debería haberle enseñado el camino de la vida. Sin embargo, el Señor no faltó a su promesa y, por medio de los profetas, se preocupó en recordar la dimensión interior de la alianza y anunció que iba a escribir una nueva en los corazones de sus fieles (Cf. Jeremías 31,33), transformándolos con el don del Espíritu (Cf. Ezequiel 36, 25-27). Y fue durante la Última Cena cuando estableció con los discípulos esta nueva alianza, confirmándola no con sacrificios de animales, como ocurría en el pasado, sino con su sangre, que se convirtió "sangre de la nueva alianza".

Ello se evidencia en la segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos, donde el autor sagrado declara que Jesús es "mediador de una Nueva Alianza" (9,15). Lo es gracias a su sangre o, con mayor exactitud, gracias a su inmolación, que da pleno valor al derramamiento de su sangre. En la cruz, Jesús es al mismo tiempo víctima y sacerdote: víctima digna de Dios, porque está sin mancha, y sumo sacerdote que se ofrece a sí mismo, bajo el impulso del Espíritu Santo, e intercede por toda la humanidad. La Cruz es, por lo tanto, misterio de amor y de salvación, que nos purifica la conciencia de las "obras muertas", es decir de los pecados, y nos santifica esculpiendo la alianza nueva en nuestro corazón; la Eucaristía, renovando el sacrificio de la Cruz, nos hace capaces de vivir fielmente la comunión con Dios.

Queridos hermanos y hermanas. Os saludo a todos con afecto, empezando por el cardenal vicario y los demás cardenales y obispos presentes, como el pueblo elegido reunido en la asamblea del Sinaí, también nosotros esta tarde queremos reiterar nuestra fidelidad al Señor. Hace algunos días, abriendo el encuentro diocesano anual, he recordado la importancia de permanecer, como Iglesia, a la escucha de la Palabra de Dios en la oración y escrutando las Escrituras, especialmente con la práctica de la lectio divina, es decir, de la lectura meditada y adorante de la Biblia. Sé que se han promovido tantas iniciativas al respecto en las parroquias, en los seminarios, en las comunidades religiosas, en las cofradías, asociaciones y movimientos apostólicos, que enriquecen a nuestra comunidad diocesana. A los miembros de estos múltiples organismos eclesiales les dirijo mi saludo fraterno. Vuestra presencia tan numerosa en esta celebración, queridos amigos, muestra que nuestra comunidad, caracterizada por una pluralidad de culturas y de experiencias diversas, Dios la plasma como a "su" Pueblo, como el único Cuerpo de Cristo, gracias a nuestra sincera participación en la doble mesa de la Palabra y de la Eucaristía. Alimentados con Cristo, nosotros, sus discípulos, recibimos la misión de ser "el alma" de esta, nuestra ciudad (Cf. Carta a Diogneto, 6: ed. Funk, I, p. 400; ver también Lumen Gentium, 38), fermento de renovación, pan "partido" para todos, sobre todo para quienes viven situaciones de malestar, de pobreza, de sufrimiento físico y espiritual. Nos volvemos testigos de su amor.

Me dirijo particularmente a vosotros, queridos sacerdotes, que Cristo ha elegido para que junto con Él podías vivir vuestra vida como sacrificio de alabanza por la salvación del mundo. Sólo de la unión con Jesús podéis obtener esa fecundidad espiritual que es generadora de esperanza en vuestro ministerio pastoral. Recuerda san León Magno que "nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo sólo tiende a volvernos en aquello que recibimos" (Sermón 12, De Passione 3, 7, PL 54). Si ello es verdad para cada cristiano, lo es con mayor razón para nosotros los sacerdotes. ¡Ser Eucaristía! Que éste sea, precisamente, nuestro constante anhelo y compromiso, para que al ofrecimiento del cuerpo y de la sangre del Señor que hacemos en el altar, se acompañe el sacrificio de nuestra existencia. Cada día, tomamos del Cuerpo y de Sangre del Señor aquel amor libre y puro que nos hace dignos ministros de Cristo y testigos de su alegría. Es lo que los fieles esperan del sacerdote: el ejemplo, es decir, de una auténtica devoción a la Eucaristía; aman verlo transcurrir largas pausas de silencio y de adoración ante Jesús, como hacía el santo cura de Ars, que vamos a recordar, de forma particular, durante el ya inminente Año Sacerdotal.

San Juan María Vianney amaba decir a sus parroquianos: "Venid a la comunión... Es verdad que no sois dignos de ella, pero la necesitáis" (Bernad Nodet, Le curé d'Ars. Sa pensée - Son coeur, editorial Xavier Mappus, París 1995, p. 119). Con la conciencia de ser indignos por causa de los pecados, pero necesitados de alimentarnos con el amor que el Señor nos ofrece en el sacramento eucarístico, renovemos esta tarde nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía ¡No hay que dar por descontada nuestra fe! Hoy se da el riesgo de una secularización que penetra también dentro de la Iglesia, que puede traducirse en un culto eucarístico formal y vacío, en celebraciones a las que les falta esa participación del corazón que se expresa en la veneración y respeto de la liturgia. Siempre es fuerte la tentación de reducir la oración a momentos superficiales y apresurados, dejándose dominar por las actividades y por las preocupaciones terrenales. Cuando, dentro de poco, recitemos el Padrenuestro, la oración por excelencia, diremos: "Danos hoy nuestro pan de cada día", pensando naturalmente en el pan de cada día para nosotros y para todos los hombres. Sin embargo, este ruego contiene algo más profundo. El término griego epioúsios, que traducimos como "diario", podría aludir también al pan "supra-sustancial", al pan "del mundo que vendrá". Algunos Padres de la Iglesia han visto en esto una referencia a la Eucaristía, el pan de la vida eterna que se nos da en la santa misa, para que desde ahora el mundo futuro comience en nosotros. Con la Eucaristía el cielo viene a la tierra, el mañana de Dios desciende al presente y el tiempo es como abrazado por la eternidad divina.

Queridos hermanos y hermanas: como cada año, al final de la santa misa, se desarrollará la tradicional procesión eucarística y elevaremos, con las oraciones y los cantos, una imploración conjunta al Señor presente en la Hostia consagrada. Le diremos en nombre de toda la ciudad: ¡Quédate con nosotros Jesús, entrégate a nosotros y danos el pan que nos alimenta para la vida eterna! Libera a este mundo del veneno del mal, de la violencia y del odio que contamina las conciencias, purifícalo con la potencia de tu amor misericordioso. Y tú, María, que has sido mujer "eucarística" durante toda tu vida, ayúdanos a caminar unidos hacia la meta celestial, alimentados por el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pan de vida eterna y remedio de la inmortalidad divina ¡Amén!"

viernes, 12 de junio de 2009

Para el Finde !!

Mientras caminaba perdida por el Jardín me cruzó la musica desde el norte soplando junto con el viento del Oeste desde la pequeña Isla del Norte de donde viene el Profesor:




The sky was clear, the morning fear
No breeze came over the sea
When Mary left her highland home
And wandered forth with me
Though flowers be-decked the mountainside
And fragrance filled the vale
by far the sweetest flower there
Was the Rose of Allendale

Oh the Rose of Allendale
Sweet Rose of Allendale
By far the sweetest flower there
Was the Rose of Allendale

Where e'er I wandered east or west
Though fate began to lour
A solace still was she to me
In sorrow's lonely hour
When tempests lashed our lonely barque
And rent her quivering sail
One maiden's form withstood the storm
'Twas the Rose of Allendale

Oh sweet Rose of Allendale
Sweet Rose of Allendale
One maiden's form withstood the storm
'Twas the Rose of Allendale

And when my fever'd lips were parched
On Afric's burning sands
She whispered hopes of happiness
And tales of distant lands
My life has been a wilderness
Unblessed by fortune's wheel
Had fate not linked my love to hers
The Rose of Allendale

Oh sweet Rose of Allendale
Sweet Rose of Allendale
Had fate not linked my love to hers
The Rose of Allendale



sábado, 6 de junio de 2009

A walk to remember


Muchas veces me pregunto ¿Qué tiene la vida que nunca se mantiene firme?, tantos cambios, tantas idas y venidas... el corazón siempre sediento de eternidad se desgarra una y otra vez en cada separación, en cada cambio de estación... Desde lo profundo una voz me susurra al oído en dulces tonos: "Recuerda el Padre Nuestro". De rodillas mirando al este de cara a las colinas de la ciudad rezo la oración de mi Señor... como un cordial mágico la amargura de la separación se convierte en dulce nostalgia. Entonces a lo lejos en la puerta del Jardín, dejada abierta tras la partida aparece un Profesor:
-Recuerda el mito de Ariadna, aunque una separación duele aún puede ser el camino a una felicidad que no muere...- y al instante se puso a cantar: "Dormía Ariadna un sueño marcado por amargas lágrimas, su amor se había ido para no mirarla; qué pena era la suya que desgarrando su corazon hasta el cansancio cerrando sus ojos al mundo,para ya no sufrir tanto, oscuros y profundos sueños ella soñaba. En esta pena dormía, cuando Baco llegó a contemplarla, y tan profundo su corazón desgarrado traspasó el corazón del dios que la había contemplado, que con ojos alegres llenos de ternura la despertó, y con el vino de su sangre la alimentó. Ariadna no podía caber en sí de alegría, pues el mismo dios de la vida la había acogido ese día. La pena estaba olvidada, ahora inmortal con la divinidad desposada, miraba a Teseo con alegría renovada, pues su separación había sido la causa de su eterna satisfacción"-El profesor terminó así de cantar y en acento irlandés agregó: "(...) Necesitamos un acto preliminar de sumisión a su Voluntad, no sólo a las futuras aflicciones, sino también a posibles futuras bendiciones. Se que te puede sonar raro, pero piénsalo un poco. Me parece que muchas veces , casi de manera caprichosa, desdeñamos el bien que Dios nos ofrece porque, en ese momento, esperamos algún otro bien. Creo que entendés a lo que me refiero. En cada nivel de nuestra vida(...), estamos como aferrados a una particular ocasión que parece haber alcanzado la perfección, y por ende quedado como norma standard de ésta, haciéndonos subestimar por comparación cualquier otra ocasión que se nos pueda presentar. Pero esta otra ocasión, comienzo a sospechar, que está, en su mayor parte, llena de sus propias nuevas bendiciones, si tan solo nos dejamos a nosotros mismos recibirlas. Dios nos muestra una nueva faceta de su Gloria, y nosotros nos rehusamos a mirarla, porque todavía seguimos mirando la pasada. Obviamente que esto no lo comprendemos.(...) Y el chiste, o la tragedia, está en que todos estos momentos del pasado, que son realmente tortuosos si los erigimos como norma, son tremendamente sustanciosos, saludables y encantadores si nos contentamos en aceptarlos por lo que son: recuerdos. Si los plantamos correctamente en un pasado que no tratamos miserablemente de reavivar, nos traerán consigo exquisitos frutos. Deja los bulbos solos y las flores crecerán, pero si los agarras y los levantas tratando de obtener los aromas del año pasado, nada vas a obtener. "Si la semilla no muere..."" Es así que no hay que triste cantar a la puerta cerrada detrás de alguien que se va, si no a la ventana abierta que nosotros tenemos atrás.- dijo el Profesor irlandés, mientras detrás salía el sol de las colinas de más allá.