sábado, 27 de septiembre de 2008

Luz y Sombra

Cansada ya de tanto caminar y de tan poco contemplar me senté a un costado en el Jardín, propiamente desde aquel sitio podía vislumbrar dos paisajes diferentes pero que eran parte exacta del mismo paisaje, me daba cuenta que no podía apreciar el uno sin el otro y que si tornaba la vista para mirar sólo uno, enseguida ese paisaje perdía todo el aspecto maravilloso que tenía cuando se lo contemplaba con el otro, y viceversa. En eso me pegó en la cabeza que esa es la esencia de nuestra realidad paradojal, un conjunto de luces y sombras de días de sol y de tormentas, que no se pueden tomar solos y en si mismos sin olvidar su otro aspecto o contracara, en eso recordé lo que el buen Chesterton decía:
"La verdadera dificultad con este mundo nuestro, no es que sea un mundo irrazonable ni que sea un mundo razonable. La dificultad más común, es que es aproximadamente razonable; pero no del todo. La vida no es ilógica; pero es una trampa para los lógicos. Parece un poco más matemática y regular de lo que es; su exactitud está evidente, pero su inexactitud escondida; su salvajismo, yace en acecho."
Este es el porque justamente, del "Justo medio" del querido Aristoteles porque la realidad misma, no se puede ver de perfil, hay que verla de frente y de lleno, pues en cuanto nos quedamos con un sólo lado, empezamos a errar y confundimos, en nuestro afan de entender, de abarcar, de atrapar, la parte por el todo. Es así, que lo que hay que hacer, con la Realidad, es contemplarla, no quedarse con ella. Por eso, es que la Filosofía, no puede hacer un sistema. No cabe la paradoja en uno, porque en el momento que la dejas de contemplar de frente y la querés aprisionar, torpemente caes de bruces en ella y en uno de sus lados; perdiendo así todo el resto.
El secreto,pues al fin y al cabo, está en contemplar, sin querer aprisionar cada uno de sus lados, por eso "el ser y la esencia", por eso "el acto y la potencia", por eso "la sustancia y los accidentes" por eso "la realidad sensible y la inteligible", por eso "cuerpo y alma", y por eso "gracia y naturaleza" . Todas paradojas que no podemos atrapar de perfil si no que debemos contemplar de frente. Y en ese contemplar de frente a las luces y a las sombras esta nuestra madurez y nuestro crecimiento, en saber que así como hay días de Tormenta hay días de Sol y así como hay grandeza en el hombre también hay miseria. El alma pasa a desposarse con la realidad perdiendo, como decía Simone su virginidad, cuando puede asumir esta realidad, cuando es tocada por la desgracia, pero puede comprender que hay Cruz y que hay Tabor.

domingo, 21 de septiembre de 2008

In Dubio


Luego de arribadas a Misselthwaite el otro día, fui a mi habitación a descansar, había tenido un día lleno de dudas, y oscuridad producto de la caída de un héroe que yo solía admirar. Afortunadamente, los consejos sabios y a tiempo de Ruth me pudieron ayudar, sin embargo, mientras meditaba en mi habitación y las dudas amenazaban a querer entrar en la puerta que yo quería mantener cerrada, recordé por misericordia divina, un pasaje de la infancia el cual yo se lo había atribuido a Kant, pero que sin embargo en los momentos de duda siempre puede ayudar y este es:

"Entraron dos, terrígeros a la habitación, pero en lugar de avanzar se colocaron a ambos lados de la puerta e hicieron una profunda reverencia. Los siguió de inmediato la última persona que hubieran esperado o deseado ver: la Dama de la Túnica Verde, la Reina de Bajotierra. Se quedó inmóvil a la entrada de la puerta, y 'todos pudieron ver que sus ojos se movían abarcando toda la escena: los tres extranjeros, la silla de plata destruida y el Príncipe en libertad, con su espada en la mano.

Se puso muy pálida; a Jill le pareció esa suerte de palidez que cubre el rostro de algunas personas no por miedo sino por rabia. Por un momento la Bruja fijó su mirada en el Príncipe, una mirada asesina. Pero pareció cambiar de idea.

-Váyanse -dijo a los dos terrígeros-. Y no permitan que nadie nos moleste hasta que yo llame, bajo pena de muerte.

Los gnomos salieron obedientes con su paso silencioso, y la Bruja Reina cerró la puerta con llave.

-¿Cómo estás, mi señor Príncipe? -dijo-. ¿Aún no tienes tu ataque nocturno o se te ha pasado tan pronto? ¿Por qué estás aquí parado y sin ataduras? ¿Quiénes son estos extraños? ¿Son ellos los que han destruido la silla que era tu única salvación?

El Príncipe Rilian tiritaba mientras ella hablaba. Y no es de extrañar: no es nada fácil quitarse de encima un hechizo del que se ha sido un esclavo por diez años. Luego habló con gran esfuerzo.

-Señora, ya no habrá necesidad de esa silla. Y tú, que me has dicho cientos de veces la profunda compasión que te inspiraba yo por las brujerías que me tenían prisionero, sin duda escucharás con alegría que se han acabado para siempre. Parece que había un pequeño error en el modo en que tu Señoría las trataba. Estos, mis verdaderos amigos me han, liberado. He recuperado mi sano juicio, y hay dos cosas que quiero decirte. Primero, respecto al propósito de su Señoría de ponerme a la cabeza de un ejército de terrígeros con el objeto de irrumpir en Sobretierra y allí, por la fuerza, hacerme rey de una nación que jamás me hizo ningún daño, asesinando a sus legítimos señores y ocupando su trono como un tirano sanguinario y extranjero, ahora, que sé quién soy, aborrezco con todas mis fuerzas tamaña villanía y renuncio a ella. Y segundo, soy el hijo del Rey de Narnia, soy Rilian, el único hijo de Caspian, Décimo de ese nombre, que algunos llaman Caspian el Navegante. Por lo tanto, señora, es mi propósito, y también mi deber, partir de inmediato de la corte de su Alteza rumbo a mi propia patria. Por favor, danos a mí y a mis amigos un salvoconducto y un guía que nos lleve a través de tu oscuro reino.

La Bruja no dijo absolutamente nada, sino que caminó muy despacio por la habitación, siempre mirando de fijo al Príncipe. Al llegar a una pequeña caja pegada en la pared cerca de la chimenea, la abrió y sacó primero un puñado de polvo verde y lo arrojó al fuego. No ardió mucho, pero exhaló un aroma dulce que producía sueño. Y durante toda la conversación que siguió, el olor- se hizo más fuerte y fue llenando el cuarto, embotando el pensamiento. En seguida, sacó un instrumento musical muy semejante a una mandolina. Empezó a tocar con sus dedos, rasgueando una melodía tan repetida y monótona, que a los pocos minutos casi no la notabas. Pero mientras menos la notabas, más se te metía en el cerebro y en la sangre. Esto también dificultada el poder pensar. Después de rasguear un rato (y el aroma dulce se hacía cada vez más intenso), comenzó a hablar con una voz melodioso y tranquila.

-¿Narnia? -dijo-. ¿Narnia? A menudo escuché a su Señoría pronunciar ese nombre en sus delirios.

Querido Príncipe, estás muy enfermo. No hay ninguna tierra que se llame Narnia.

-Pero claro que la hay, Señora -dijo Barroquejón-. Sucede que yo he vivido allí toda mi vida.

- ¿De veras? -dijo la Bruja-. Dime, te lo ruego, dónde está ese país.

-Allá arriba -repuso Barroquejón con firmeza, señalando hacia lo alto-. No... no sé exactamente dónde.

- ¿Cómo? -exclamó la Reina, con una risa bondadosa, suave, musical-. ¿Existe un país arriba entre las piedras y el cemento del techo?

-No -replicó Barroquejón, batallando un poco por recuperar el aliento-. Está en el Mundo de Encima.

- ¿Y qué es o dónde está, hazme el favor, este, cómo lo llamas, Mundo de Encima?

- ¡No te hagas la tonta! -exclamó Scrubb, que luchaba duro contra el encantamiento del aroma dulzón y del rasgueo-. ¡Como si no lo supieras! Está encima, encima, donde puedes ver el cielo y el sol y las estrellas. Pero, si tú has estado allá. Allí nos conocimos.

-Te pido perdón, amiguito -se rió la Bruja (nunca has oído una risa más adorable)-. No recuerdo haberte conocido. Pero muy a menudo encontramos. a nuestros amigos en los sueños. Y a menos que todos sueñen lo mismo, no puedes pedirles que lo recuerden.

-Señora -dijo el Príncipe con dureza-. Ya he dicho a su Gracia que soy el hijo del Rey de Narnia.

-Y vas a ser, amigo querido -dijo la Bruja con voz tranquilizadora, como si le siguiera el juego a un niño-, vas a ser rey de muchas tierras inventadas por tus fantasías.

-Nosotros estuvimos ahí también -dijo bruscamente Jill.

Estaba sumamente enojada, porque sentía que el hechizo la estaba envolviendo por momentos. Pero, en realidad, el hecho de que pudiera todavía sentirlo, probaba que la magia aún no funcionaba totalmente.

-Y tú eres Reina de Narnia también, no lo dudo, preciosa -dijo la Bruja en el mismo tono zalamero y medio burlón.

-No soy nada de eso -contestó Jill, dando una patada en el suelo-. Nosotros venimos de otro mundo.

- ¡Pero este juego es mucho más bonito que el otro! -exclamó la Bruja-. Cuéntanos, damisela, dónde está ese otro mundo. ¿Qué barcos y carros viajan entre ese mundo y el nuestro?

Por, supuesto que a Jill se le vinieron montones de cosas a la cabeza inmediatamente: el Colegio Experimental, Adela Pennyfather, su hogar, equipos de radio, cines, automóviles, aviones, cupones de racionamiento, colas, Pero parecían borrosas y muy lejanas. (Tran... tran.. tran... sonaban las cuerdas del instrumento de la Bruja). Jill no podía acordarse de los nombres de las cosas de nuestro mundo. Y ahora no se le vino a la mente la idea de que la estaban hechizando, puesto que ya la magia había tomado toda su fuerza; y, claro, mientras más hechizada estás, más segura te sientes de que no estás en absoluto embrujada.

Se encontró diciendo (y fue un alivio decirlo):

-No. Supongo que ese otro mundo debe ser sólo un sueño.

-Sí. Es sólo un sueño -afirmó la Bruja, rasgueando siempre.

-Sí, sólo un sueño -repitió Jill.

-Ese mundo no ha existido jamás -dijo la Bruja.

-No -dijeron Jill y Scrubb-, jamás existió ese mundo. -Nunca hubo otro mundo fuera del mío -dijo la Bruja.

-Nunca hubo otro mundo fuera del tuyo -repitieron los demás.

Barroquejón todavía batallaba fuerte.

-No entiendo muy bien lo que ustedes quieren decir por un mundo -dijo resollando como un hombre al que falta el aire-. Puedes tocar ese violín hasta que se te duerman los dedos, pero no me harás olvidar a Narnia; y a todo el resto del Mundo de Encima. No lo volveremos a ver, no me extrañaría nada. Debes haberío ocultado y oscurecido como éste, qué sé yo. Es muy posible. Pero yo sé que estuve allí alguna vez.

He visto el cielo lleno de estrellas. He visto el sol saliendo- del mar en las mañanas y escondiéndose detrás de las montañas en las noches. Y lo he visto en el cielo, a mediodía, cuando no podía mirarlo por su luminosidad.

Las palabras de Barroquejón tuvieron un efecto extraordinario. Los otros tres volvieron a respirar y se miraron como si acabaran de despertar.

- ¡Claro, esto es! -gritó el Príncipe-. ¡Por supuesto! Aslan bendiga a este honrado renacuajo del pantano. En estos últimos minutos todos estábamos soñando. ¿Cómo pudimos olvidarlo? Claro que hemos visto el sol.

- ¡Claro que sí, por Dios santo! -exclamó Scrubb-. ¡Estupendo, Barroquejón! Eres el único inteligente de todos nosotros, no lo dudo.

Entonces se escuchó la voz de la Bruja, suavemente arrulladora como la de una paloma en lo alto de un olmo en un viejo jardín a eso de las tres, en la mitad de una tarde soñolienta de verano; y dijo:

-¿Qué es ese sol de que hablan ustedes? ¿Quieren significar algo con esa palabra? , -sí, sabemos requetebién lo que significa -respondió Scrubb.

- ¿Puedes decirme cómo es? -preguntó la Bruja (tran, tran, tran, sonaban las cuerdas).

-Permíteme, Señoría -dijo el Príncipe, muy fría y cortésmente-. ¿Ves esa lámpara? Es redonda y amarilla y da su luz a toda la habitación; y además cuelga del techo. Bueno, lo que llamamos sol es como esa lámpara, sólo que muchísimo más grande y más brillante. Ilumina con su luz todo el Mundo de Encima y cuelga del cielo.

-¿Cuelga de, dónde, mi señor? -preguntó la Bruja; luego, mientras todavía pensaban cómo responderle, ella agregó con otra de sus suaves risas de plata--. ¿Ven'? Cuando tratan de pensar claramente cómo será este sol, no pueden decírmelo. Lo único que me pueden decir es que se parece a la lámpara. Vuestro sol es un sueño; y no hay nada en ese sueño que no haya sido copiado de la lámpara. La lámpara es real; el sol es nada más que un cuento, un cuento de niños.

-sí, ahora lo comprendo -dijo Jill, con tono pesado y desesperado-. Debe ser así. -Y al decirlo le pareció muy sensato.

Lenta y gravemente la Bruja repitió: "No hay sol". Y ellos no dijeron nada. Repitió con una voz más blanda y profunda: "No hay sol". Después de una pausa, y luego de un gran esfuerzo mental, los cuatro dijeron al mismo tiempo- "Tienes razón. No hay sol". Fue un alivio tan grande darse por vencidos y decirlo...

-Nunca existió el sol -dijo la Bruja.

-No. Nunca existió el sol -repitieron el Príncipe, y el. Renacuajo del Pantano, y los niños.

En esos últimos minutos, Jill tuvo la sensación de que había algo que debía recordar a toda costa. Y lo había logrado, pero era tremendamente difícil decirlo. Sentía un peso inmenso sobre sus labios. Por último, con un esfuerzo pareció sacar todo lo bueno que tenía adentro.

-¡Existe Aslan! -dijo.

- ¿Aslan? -dijo la Bruja, acelerando muy ligeramente el ritmo de su rasgueo-. ¡Qué lindo nombre!

¿Qué significa?

-Él es el gran León que nos trajo desde nuestro mundo -repuso Scrubb-, y nos envió a buscar al Príncipe Rilian.

-¿Qué es un león? -preguntó la Bruja.

- ¡Córtala ya! -exclamó Scrubb-. ¿No lo sabes? ¿Cómo podemos describírtelo? ¿Has visto alguna vez un -Por supuesto -contestó la Reina-. Me encantan los gatos.

-Bueno, un león se parece un poco, un poquito no más, en verdad, a un inmenso gato, con melena.

Pero no como la melena de un caballo, te fijas, sino más bien como la peluca de un juez, Y amarillo. Y terroríficamente fuerte.

La bruja movió su cabeza.

-Ya veo -dijo- que no nos irá mejor con vuestro león, como lo llaman ustedes, que con vuestro sol.

Han visto lámparas y se han imaginado una lámpara más grande y mejor y la han llamado sol. Han visto gatos, y ahora quieren un gato más grande y mejor, y lo han llamado león. Bien, es una bonita invención, pero, para ser sincera, les sentaría mejor si fueran más jóvenes. Y vean que no pueden inventar nada en sus fantasías sin copiarlo del mundo real, este mundo mío, que es el único. Pero hasta ustedes, niños, ya están grandes para tales juegos. Y en lo que toca a vos, mi señor Príncipe, que sois un hombre adulto ya, ¡qué vergüenza! ¿No te ruborizas con estos jugueteas? Vengan todos. Dejen esas triquiñuelas infantiles. Tengo trabajo para ustedes en el mundo real. No hay Narnia, ni Mundo de Encima, ni cielo, ni sol, ni Aslan. Y ahora, todos a la cama. Y empecemos mañana una vida más sensata. Pero primero, a la cama; a dormir; un sueño profundo, con blandas almohadas, a dormir sin sueños tontos.

El Príncipe y los dos niños estaban de pie con las cabezas colgando, las mejillas sonrojadas, los ojos entrecerrados; no les quedaba una gota de fuerza; el hechizo estaba casi cumplido. Pero Barroquejón, reuniendo con desesperación todas sus energías, caminó hasta el fuego. Entonces realizó un acto de gran valentía. Sabía que no le haría tanto daño como a un humano, pues sus pies (que estaban descalzos) eran palmeados y duros y de sangre fría como los de un pato. Pero sabía que le dolería muchísimo; y así fue.

Con sus pies desnudos pisoteó el fuego, convirtiendo gran parte de éste en cenizas sobre el hogar de la chimenea. Y en ese instante sucedieron tres cosas.

La primera, el pesado aroma dulzón se hizo menos intenso. Porque, aunque no se apagó totalmente, el fuego, se consumió una buena parte, y lo que quedaba olía fuertemente a renacuajo del pantano quemado, el cual no es un olor de brujería. Esto permitió que instantáneamente se aclararan las mentes de todos. El Príncipe y los niños levantaron la cabeza de nuevo y abrieron los ojos.

La segunda fue que la Bruja, con una voz fuerte y terrible, totalmente diferente de los dulces tonos utilizados hasta ahora, gritó:

-¿Qué estás haciendo? ¡Atrévete a tocar una vez más mi fuego, porquería de barro, y haré arder como fuego la sangre en tus venas!

La tercera fue que el mismo dolor hizo que en un segundo se despejara la mente de Barroquejón y supiera exactamente lo que estaba pensando. No hay como un buen sacudón de dolor para disolver algunos tipos de magia.

-Una palabra, Señora -dijo, alejándose de la chimenea, cojeando por el dolor-. Una palabra. Todo lo que has dicho es muy cierto, no me extrañaría nada. Soy un tipo al que siempre le ha gustado conocer lo peor para luego enfrentarlo lo mejor posible. Así que no negaré nada de lo que has dicho. Pero aun así queda algo más que decir. Supongamos que sólo hayamos soñado o inventado todas esas cosas, árboles y pasto y sol y luna y estrellas y el propio Aslan. Supongamos que así fuera. Entonces todo lo que puedo decir es que, en ese caso, las cosas inventadas parecen ser mucho más importantes que las verdaderas.

Supongamos que este foso negro que es tu reino sea el único mundo. Bueno, a mí se me ocurre que es harto pobre. Y eso es lo divertido, si te pones a pensar. Nosotros somos sólo niñitos imaginando un juego, si es que tú tienes la razón. Pero cuatro niñitos jugando un juego pueden hacer un mundo de juguete que le gana muy lejos a tu tan verdadero mundo hundido. Por eso me voy a quedar con el mundo de los juegos.

Estoy del lado de Aslan en ese mundo, aunque no exista un Aslan que lo gobierne. Voy a vivir lo más como narniano que pueda aunque no haya ninguna Narnia. Por lo tanto, agradecemos mucho tu cena y, si estos dos caballeros y esta dama están dispuestos, abandonaremos tu corte de inmediato y partiremos en la oscuridad a pasar nuestras vidas en la búsqueda de Sobretierra. No creo que nuestras vidas vayan a ser muy largas; pero sería una pérdida mínima si el mundo es un lugar tan aburrido como tú dices.

- ¡Bravo! ¡Viva el buen Barroquejón! -gritaron Scrubb y Jill."

jueves, 18 de septiembre de 2008

miércoles, 17 de septiembre de 2008

La porteña ciudad


Queridos amigos:
Charlando con Jack acerca de mi ético trabajo, encontré este ejemplo acerca de la razón a la cual me refiero que hay que abandonar.
Espero además que disfruten este trocito del Gran Divorcio
cariños
Mary
"Muy cerca vi que estaba otro de los personajes brillantes en plena conversación con un fantasma. Era el gordo de voz culta que me había hablado en el autobús; parecía llevar polainas. —Hijo querido, qué gusto de verte —le estaba diciendo al espíritu, que iba desnudo y era cegadoramente blanco—. El otro día estuve hablando con tu pobre padre y nos preguntábamos dónde estarías. —¿No lo trajo? —dijo el otro. —Bueno, no. Vive muy lejos del autobús y, para serte franco, se ha puesto un tanto excéntrico últimamente. Un poco difícil. Perdiendo el control. Nunca estuvo preparado para hacer grandes esfuerzos, sabes. Si recuerdas bien, solía irse a dormir cada vez que nos poníamos a conversar en serio. Ah, Dick, nunca olvidaré esas conversaciones. Espero que hayas cambiado un poco tus puntos de vista. Te habías cerrado bastante hacia el final de tu vida. Pero sin duda que otra vez debes haber ampliado tus ideas. —¿Qué me quiere decir? —Bueno, ahora es obvio, verdad, que no tenías toda la razón. ¡Pero, querido muchacho, si habías llegado a creer en la existencialiteral de un cielo y un infierno!
—¿Pero no es así? —Oh, en sentido espiritual, sin duda. Todavía creo, así, en eso. Sigo buscando el reino, mi querido niño. Pero nada supersticioso ni mitológico... —Perdón. ¿Dónde cree que ha estado? —Ah, ya veo. Me estás diciendo que la ciudad gris con esa constante esperanza de la mañana (debemos vivir según la esperanza, ¿verdad?), con su campo para el progreso indefinido, es, en cierto sentido, el cielo, si sólo tuviéramos ojos para verlo. Es una hermosa idea. —No quise decir eso; de ningún modo. ¿Es posible que no sepa dónde ha estado? —Ahora que lo dices, creo que nunca le dimos un nombre. ¿Cómo la llamas? —La llamamos infierno. —No hace falta ser agresivo, muchacho. Puede que no sea muy ortodoxo, en el sentido que das a la palabra, pero me parece que, verdaderamente, estos asuntos se deben exponer con sencillez, seriedad y reverencia. —¿Hablar reverentemente del infierno? Dije exactamente lo que dije. Usted ha estado en el infierno. Aunque, si no desea regresar, lo puede llamar purgatorio. —Continúa, querido muchacho, continúa. Esto parece tan de ti. Sin duda me podrás decir por qué, según tú, me enviaron allí. No estoy molesto. —¿Pero acaso no lo sabe? Lo enviaron allí porque es usted un apóstata. —¿Hablas en serio, Dick? —Completamente.
—Esto es peor de lo que creía. ¿Crees, de verdad, que se castiga a la gente por sus opiniones más honestas? Suponiendo, claro, para seguir la conversación, que esas opiniones fueran erróneas. —¿Acaso no cree usted que hay pecados de la inteligencia? —Por cierto que sí, Dick. Hay los prejuicios más cerrados, la deshonestidad intelectual, la pusilanimidad, el inmovilismo. Pero las opiniones honestas, que se siguen sin miedo... no son pecado.
—Ya sé que solíamos conversar así. Lo hice hasta el final, cuando me convertí en caso ejemplar de lo que usted llamaría estrechez mental. Y todo depende de lo que llamemos opiniones honestas. —Las mías lo eran, evidentemente. No sólo eran honestas, sino heroicas. Las afirmé sin miedo. Cuando la doctrina de la Resurrección dejó de satisfacer las facultades críticas con que Dios me dotó, la rechacé abiertamente. Prediqué mi famoso sermón. Desafié a toda la facultad. Corrí todos los riesgos.
—¿Qué riesgos? ¿Qué otra cosa podía resultar de todo ello aparte de lo que efectivamente resultó..., popularidad, ventas para sus libros, invitaciones, un obispado finalmente? —Dick, esto no es digno de ti. ¿Qué estás insinuando? —Amigo mío, no estoy insinuando nada. Vea usted, ahora sé. Seamos francos. Nuestras opiniones no fueron tan honestas. Nos encontramos, sencillamente, en contacto con una determinada corriente de ideas y nos sumergimos en ella porque nos pareció moderna y exitosa. En la universidad empezamos a escribir automáticamente el tipo de ensayos que servían para obtener buenas calificaciones, diciendo el tipo de cosas que merecerían aplausos. Me parece que nunca, en toda la vida, enfrentamos honestamente, en soledad, la única pregunta en torno a la cual gira todo: ¿ocurre, al cabo, lo sobrenatural? ¿Resistimos alguna vez, realmente, la pérdida de nuestra fe? —Si pretendes hacer un esquema de la génesis de la teología liberal, en general, te respondo que eso es pan-fletario. ¿Me vas a decir que hombres como...? —No pretendo generalizar nada. Sólo me refiero a usted y a mí. Oh, y como ama su propia alma, recuerde. Sabía que los dos estábamos jugando con dados cargados. No queríamos que el otro tuviera razón. Temíamos un salvacionismo burdo, el quiebre con el espíritu del tiempo, el ridículo; temíamos especialmente los verdaderos temores y esperanzas. —No voy a negar que los jóvenes pueden cometer errores. Pueden estar influidos por las modas de pensamiento. Pero no se trata de cómo se forman las opiniones. El punto es que aquéllas eran mis honestas opiniones, expresadas con sinceridad. —Por supuesto. Si uno se deja a la deriva, si no resiste, si no reza, si acepta cualquier demanda semicons-ciente de sus deseos, se llega a un punto en que ya no se cree en la Fe. Del mismo modo, un hombre celoso, a la deriva y sin fuerzas para resistir, puede llegar a un punto en que cree cualquier mentira sobre su mejor amigo; también el ebrio llega a un punto en el cual cree (de momento) que otro vaso no le hará daño. Esas creencias son sinceras en el sentido que efectivamente ocurren como sucesos psicológicos en la mente. Si eso me quiere usted significar con sinceridad, son sinceras, y lo eran las nuestras. Pero los errores, sinceros en ese sentido, no son inocentes. —¡Estás a punto de justificar la Inquisición! —¿Por qué? El que la Edad Media haya errado en una dirección, ¿acaso significa que no hay error posible en la dirección opuesta? —Bueno, esto es extremadamente interesante —dijo el fantasma episcopal—. Es un punto de vista. Por cierto que es un punto de vista. Mientras... —No hay mientras —respondió el otro—. Todo eso terminó. No estamos jugando. Le he estado hablando del pasado (del suyo y del mío) sólo para que lo deje usted para siempre. Basta un tirón y saldrá el diente. Puede empezar como si nada hubiera ido mal. Blanco como la nieve. Todo es verdad, verdadero, verá usted. El está en mí, para usted, con ese poder. Y... he caminado mucho para reunirme con usted. Ha visto el infierno. Está viendo, mejor, tiene a la vista el cielo. ¿Se va a arrepentir, va a creer, ahora? —No estoy seguro de estar entendiendo exactamente lo que me quieres decir —dijo el fantasma. —No estoy tratando de demostrar nada —respondió el espíritu—. Le estoy diciendo que se arrepienta y que crea. —Pero hijo querido, si ya creo. Es posible que no estemos completamente de acuerdo, pero me estás juzgando muy mal si no adviertes que mi religión es muy concreta y real y que la estimo mucho.
—Muy bien —dijo el otro, como si cambiara de plan—. ¿Va usted a creer en mí? —¿En qué sentido? —¿Vendrá conmigo a las montañas? Al principio le dolerá un poco, hasta que se le endurezcan los pies. La realidad resulta dura para los pies de sombra. ¿Pero vendrá usted? —Bueno, sí que es un buen programa. Estoy dispuesto a considerarlo. Por cierto, necesito de algunas garantías... Me gustaría tener la seguridad de que me estás llevando a un lugar donde se me ampliará la esfera de utilidad, donde tendrán mayor alcance los talentos que Dios me ha concedido, donde el ambiente será propicio para la libertad de pensamiento, en una palabra, donde habrá lo que uno entiende por civilización y... uh... por vida espiritual. —No —dijo el otro—. No le puedo prometer nada de eso. Ninguna esfera de utilidad; allí no le necesitan para nada. Ni el menor alcance para sus talentos; sólo el perdón por haberlos pervertido. Ningún ambiente propicio para la crítica: le llevo a la tierra de las respuestas, no de las preguntas. Y verá el rostro de Dios. —¡Ah, pero debemos interpretar esas bellas palabras a nuestro modo! No creo que exista nada semejante a una respuesta definitiva. El viento libre de la crítica debe seguir soplando siempre en la mente, ¿o no? "Demuestra todo"... Viajar con esperanza es mejor que llegar. —Si eso fuera cierto, y se supiera que es cierto, ¿cómo podría nadie viajar esperanzadamente? No habría nada que esperar.
—¿Pero verdad que sientes que hay algo de estrecho y rígido en la idea de finalidad? El inmovilismo, querido muchacho... ¿Hay algo más destructor del alma que el inmovilismo? —Así lo cree, porque hasta ahora solamente ha experimentado la verdad con la inteligencia abstracta. Le llevaré donde la podrá saborear como si fuera miel, donde le abrazará como una novia. Y le saciará la sed. —Bueno, en verdad, verás, no creo que tenga una sed de alguna verdad ya dispuesta y capaz de acabar con la actividad intelectual del modo que pareces estar describiendo. ¿Me dejará libertad mental, Dick? Tengo que insistir en ello. —Quedará libre como es libre de beber el hombre mientras está bebiendo. Sin embargo, no es libre entonces para estar seco. El fantasma pareció pensar un instante. —Esa idea no me conduce a ninguna parte —dijo al fin.
—¡Escuche! —expresó el espíritu blanco—. Alguna vez fue
niño. Alguna vez supo del objetivo de las preguntas. Hubo un tiempo en que preguntaba porque quería respuestas y se alegraba cuando las hallaba. Vuelva a ser ese niño. Incluso ahora. —Ah, pero cuando me hice hombre, dejé de lado las cosas de niño. —Se ha equivocado mucho. La sed se hizo para el agua; la pregunta para la verdad. Lo que hoy llama juego libre de la crítica tiene tanto que ver con los fines para los cuales se le concedió inteligencia como la masturbación con el matrimonio. —Si no podemos ser respetuosos, por lo menos tampoco es necesario ser obscenos. La insinuación de que debo regresar a la infancia para recuperar la capacidad de preguntar por los hechos me parece impertinente. En cualquier caso, este asunto de la concepción del pensamiento como ejercicio de preguntas y respuestas sólo atañe a materias de facto. Las preguntas religiosas y especulativas pertenecen, sin duda, a otro nivel. —Aquí no sabemos nada de religión; sólo pensamos en Cristo. Nada sabemos de especulaciones. Venga y verá. Le llevaré al Hecho Eterno, al Padre de todo lo factible. —Debo objetar vigorosamente esa descripción de Dios como "hecho". Valor Supremo sería, seguramente, una descripción menos inadecuada. Resulta difícil... —¿Ni siquiera cree que existe? —¿Existe? ¿Qué significa existencia? Siempre estás suponiendo una suerte de realidad' estática, ya dispuesta, que está, digamos, "allí", y a la cual nuestra mente tiene, sencillamente, que adaptarse. Estos grandes misterios no se pueden enfocar así. Si hubiera tal cosa (y no hace falta que me interrumpas, querido muchacho), francamente, no me debería interesar. No tendría significación religiosa alguna. Dios, para mí, es algo puramente espiritual. El espíritu de la dulzura, de la luz, de la tolerancia y... uh... del servicio, Dick, servicio. No debemos olvidar eso, verás.
—Si la sed de la razón verdaderamente ha muerto... —dijo el espíritu, y se interrumpió, ponderando lo que pensaba—. ¿Pero puede, por lo menos —agregó de súbito—, desear todavía la felicidad? —La felicidad, mi querido Dick —dijo el fantasma, con placidez—, la felicidad, como advertirás cuando seas mayor, yace en el sendero del deber. Lo cual me recuerda... Bendita sea mi alma, casi me olvido. Por supuesto que no puedo ir contigo. Tengo que regresar el viernes a leer una comunicación. Allá abajo tenemos una pequeña sociedad teológica. ¡Oh, sí! Y hay gran actividad intelectual. Quizás de no muy alta calidad. Se advierte cierta incapacidad de precisión... , cierta confusión mental. En eso les puedo ser de alguna utilidad. Incluso hay celos lamentables... No sé por qué, pero el temperamento general parece menos controlado que antes. No obstante, uno no debe esperar demasiado de la naturaleza humana. Creo que puedo realizar una gran obra entre ellos. ¡Pero ni siquiera me has preguntado de qué trata mi comunicación! Me estoy apoyando en el texto sobre crecer a la medida de la estatura de Cristo, y trabajando una idea que estoy seguro te va a interesar. Voy a destacar que la gente siempre olvida que Jesús —en este momento el fantasma se inclinó— era un hombre relativamente joven cuando murió. Habría superado alguno de sus iniciales puntos de vista, sabrás, si hubiera vivido más. Y lo mismo habría hecho con un poco más de tacto y paciencia. Le voy a preguntar a mi público cuáles habrían sido sus ideas maduras. Una pregunta del más profundo interés. ¡Qué cristianismo diferente habríamos tenido si sólo su fundador hubiera alcanzado toda su estatura! Voy a finalizar señalando cómo esto ahonda la significación de la cruz. Por primera vez uno siente el desastre que fue: qué desperdicio más trágico... Tanta promesa interrumpida. Oh, ¿te tienes que marchar? Bueno, yo también. Adiós, querido muchacho. Ha sido un placer. Muy estimulante y provocativo. Adiós, adiós, adiós. El fantasma saludó con la cabeza y sonrió al espíritu con su sonrisa clerical más brillante —o con la mejor aproximación que sus insustanciales labios podían controlar— y se volvió, entonando para sí mismo "Ciudad de Dios, qué grande y distante". "

lunes, 15 de septiembre de 2008

El viaje a la Armonía


Querida amiga:
Abandono por este post el estilo indirecto, para, Dios mediante, escribir acerca de la fe.
Lo primero que quiero dejar sentado es que hay Armonía entre Fe y Razón, Armonía que le da el nombre a este post, porque es el punto de partida y el punto de llegada, de los peregrinos a Jerusalén (Quien hubiese dicho que Minerva se encontraba en lugar tan crucial). Paso ahora a desarrollar.
Hay dos opciones en esta vida en cuanto a la fe, el nacer en ella o sea nacer en la Armonía, o nacer fuera de ella, o sea nacer, pongamos, en Buenos Aires.
Para el primero, que nace dentro de la Armonía su camino será como el llamado del Esposo del cantar de los cantares a la esposa, dulce y suave, no por eso libre de obstáculos, pero sí libre de escándalo, lleno en vez de maravillas. Para el Armoniense, la vida transcurre así dentro de esta naturalidad donde la fe es el milagro de cada día. El instante, en este caso, se presenta como una apropiación de la fe de los padres, como un tomar para sí aquello que se le ha dado toda la vida, es este el momento en el cual el Armoniense opta o no por hacer suya su ciudadanía Armoniense, cumpliendo de este modo su mayoría de edad.
En cambio, para el Porteño, las cosas suceden de una manera un poquito distinta, puesto que primero debe recorrer el camino a la Armonía, para luego, sí recorrer haciéndose Armoniense el camino a Jerusalén. El tema que este camino como dice el Danés es el camino donde todos los carteles te indican: atrás, atrás, atrás. Puesto que en este camino se deben renunciar a todas las razones que le fueron enseñadas desde chico, como por ejemplo, "los milagros no existen", "las cosas todas tienen una perfecta y coherente explicación científico filosófica", "el hombre logra todo por sus propios medios" etc., etc. El instante aquí se presenta de una manera violenta, se presenta con la fuerza de la opción radical, entre permanecer en la comodidad de mis propias razones o abandonarme en el salto al vacío que implica la fe; entre salir a buscar la nueva tierra de Jauja (la Armonía) de la cual sólo me han contado, o hacerle caso a todas las razones que me hablan de que me debo quedar. El porteño debe renunciar a su razonable ciudad para ir en pos de la Armonía entre fe y razón. Pero sólo puede conseguir esa Armonía, si primero renuncia y emprende el viaje sino, la existencia de la Armonía quedara como la existencia de un bello campo en un bello cuento de hadas.
Espero con esto querida Ruth haber respondido a tus preguntas. Sé que quizás quedan más baches y más preguntas que antes, pero esto es lo que pude resumir en el poco tiempo que éticamente tengo. A los demás, como Athena, y otros visitantes del Jardín les mando mi saludo y la invitación a si quieren participar, pues aunque este sea un Post dirigido en realidad es abierto para todos.
Se despide hasta la Próxima su corresponsal desde Misselthwaite
Mary Lennox

lunes, 1 de septiembre de 2008

A la caza de Duendes


Cumplidos, y ya bastante pasados, los días para escribir, le andaba comentando a Ruth acerca de la existencia en la mansión y en el Jardín de duendes. Unos seres Juguetones que apenas uno los vislumbra se desvanecen. Caminando el otro día por el Jardín perdiéndome en sus senderos hasta llegar a un bosque vi a tres de ellos.
El primero o mejor dicho primera, delicada criaturilla, se reía y en silencio me decía:

La feminidad: ¡Qué misterio tan grande encierra la mujer! Con una participación tan grande en el misterio de la Vida, que cuando alcanza virtud puede ser una reina y cuando el vicio la alcanza una arpía. ¡Qué misterio tan grande y tan raro encierra una dignidad tan oculta!

Luego apareció un segundo que miraba con ojos ansiosos a la primera, éste volteando su mirada hacia mí, como niño travieso y curioso me dijo:

El racionalismo (como exagerado culto de la razón) es el mismo error que el feminismo: La razón se empeña tanto en concebir ella sola sin concurso de la realidad, desdibujando de tal manera su identidad, que termina queriendo abortar.


Antes de que pudiera yo responder apareció un tercer duende, más viejo, quien mirándome a los ojos dijo:

Dulce es la guerra para el inexperto: pero ¿qué es lo que hace que la guerra le sea dulce, qué es lo que provoca aquel llamado que le causa entusiasmo al soldado raso por la batalla?; Pasando a la mujer, ¿qué es lo que le hace dulce a la enamorada el noviazgo que la llama al desposorio?, y por último ¿qué es lo que hace que la razón tienda al misterio, tienda a la paradoja?. En todos estos casos, mi niña, se pierde algo, que según se lo esté dispuesto a perder o no es que hace a la batalla, al desposorio y al conocimiento, dulce, feliz y fácil o agrio, arduo y difícil. Y eso es sí mismo. Sin embargo, aquello que despierta el dulce deseo, de la batalla, del desposorio, del conocimiento, es el llamado, es el enamoramiento, es el primer vistazo, que causa el amor y que por ello espera luego la respuesta de la amada ¿estará dispuesta a perderse para ganar al amado? Si la respuesta es afirmativa, como dije mi niña, si el soldado, la novia y la razón están dispuestos a perder su vida para ganarla, para ganar al amado, la batalla, el conocimiento, entonces su carga será ligera y su yugo suave, sino la batalla lo corromperá, a ella el matrimonio la amargará, y a la razón el conocimiento la secará.


Habiendo dicho esto los tres desaparecieron, dejándome sola en el bosque pensando...