
– ¡Ábrenos, Señor! ¡Ábrenos, Señor! ¡Ábrenos, Señor, la puerta de tu misericordia, te pedimos suplicando! – clama el sacerdote, seguido de los fieles, mientras golpea las puertas cerradas de la Iglesia. Y una voz de adentro responde, cual Ángel que con flamígera espada custodia la entrada al Paraíso:
– ¿Quiénes son éstos para que abra? Ya que esta es la puerta del Señor y los justos entran por ella.
– No sólo entran los justos – se atreve a replicar el pastor en defensa de sus ovejas – sino los pecadores justificados con confesión y penitencia entran por ella. – Y pensando en el Níveo Cordero cubierto de un divino rojo, añade sin temor: – Somos el precio de la Sangre incorruptible del Hijo de Dios. – Ante estas terribles y esperanzadoras palabras, el Ángel sólo puede bajar la espada y abre las puertas diciendo:
– La voz de Dios Creador clama diciendo: Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino de los Cielos preparado para vosotros desde el principio del mundo.
NB: Nuestra querida Mary está en las lejanas Tierras en armonía y me encargó cuidar el Jardín durante la Semana Mayor. Sepan disculpar a la ostiaria que no es buena para los imprevistos. Los textos están tomados de la bellísima ceremonia del Domingo de Ramos del Rito Armenio.