domingo, 2 de noviembre de 2008

El libro de Ruth

Luego de una larga ausencia Social el Jardin reabre sus puertas, pero no soy yo quien las reabre si no quien es la hostiaria de aquí Ruth.
Mis querido amigos los dejo en compañía del escrito de mi amiga:

El libro de Ruth

Así como al nacer son nuestros padres quienes eligen el nombre que llevaremos en esta tierra, así en Misselthwaite es Mary quien elige el nombre que llevaremos en el Jardín. Yo fui llamada Ruth por el personaje de una película que no vi, pero ahora quisiera hablar de otra Ruth: Ruth la moabita.

El Libro de Ruth comienza con la partida de Elimelec, Noemí y sus dos hijos, quienes abandonan Belén de Judá a causa del hambre para dirigirse a Moab. Ahí muere Elimelec y se casan los hijos, uno con Orfa y el otro con Ruth. A la muerte de éstos, habiendo escuchado que la crisis había pasado, Noemí decide regresar a su tierra y parte con sus dos nueras hacia Belén… y aquí es donde comienza nuestra historia.

Una vez emprendido el camino Noemí les insiste a sus nueras que vuelvan a su patria, que se casen nuevamente y la dejen a ella seguir sola porque Dios la ha llenado de amargura. Dos veces las nueras alzan la voz respondiéndole entre lágrimas que no la abandonarán. Pero luego Orfa la besa y se despide. Por tercera vez Noemí se dirige a Ruth diciéndole que obre como su cuñada, pero Ruth responde con firmeza: No insistas en que te deje y me vaya lejos de ti; donde vayas tú, iré yo. Detengámonos un momento en el obrar de las dos nueras. ¿Obró mal Orfa al volver a su patria? ¿Fue injusta al dejar a su suegra? No, de ninguna manera; Orfa había sido una buena esposa y una buena nuera, como reconoce Noemí al pedirle a Dios que sea tratada conforme a su bondad. Pero fue buena dentro de los límites humanos, dentro de la sola justicia. Ruth obra conforme a la plenitud de la justicia que llamamos misericordia: le pedía que la acompañara sólo una milla, e hizo dos; le pedía sólo la túnica, y le dio también el manto Hizo el bien a quien no podía recompensarla, por lo cual su recompensa será grande en los Cielos, donde la polilla no podrá carcomer su tesoro ni el ladrón podrá robarlo.

Así Ruth, habiendo renunciado a todo y acompañando a Noemí, sigue el camino hasta llegar a Belén, que significa casa de pan. Así nosotros debemos seguir el camino que nos conduce a la Casa del Pan de Vida, nuestro verdadero hogar; debemos seguir la senda angosta porque negándonos a nosotros mismos y tomando nuestra cruz llegaremos a la puerta estrecha de la Ciudad Celestial; debemos seguir el camino del buen samaritano porque siguiendo sus pasos de amor al prójimo llegaremos a Belén donde Dios nacerá en nuestros corazones, pesebres indignos de su Divinidad.

Ruth comienza a espigar detrás de los segadores en los campos de Boz, quien al conocer su historia le dice que espigue con sus criadas y que no vaya a otro campo. Ruth se postra con el rostro en tierra, y luego dice: Que halle yo gracia a tus ojos, mi señor, que me has consolado y has hablado al corazón de tu sierva, aunque no soy ni como una de tus criadas. El Señor se apiada de su sierva, sierva inútil a la que mira con ternura, conoce que obró por misericordia y le da el céntuplo de lo que dio; Ruth renunció a su padre, a su madre, a su patria, y el Señor le dará mucho más en este siglo y la Vida Eterna en el venidero. Ella cae postrada a sus pies adorándolo, se reconoce indigna, lava Sus pies con lágrimas y los enjuga con sus cabellos; le suplica que se aleje de ella, pecadora, pero al mismo tiempo, mientras está cerca de Él, exclama ¡Qué bien se está aquí!

Ruth, siguiendo el consejo de Noemí, asiste a una fiesta nocturna y cuando Boz va a dormir, ella descubre sus pies y se acuesta junto a ellos. El Señor duerme. Quizás duerme como lo hizo una vez en la barca y nosotros, en la tempestad de la noche, sentimos que la oscuridad embravecida y el silencio que ruge amenazan con hundirnos… pero Aquel que no tuvo dónde reclinar la cabeza, nos permite amorosamente reclinar la nuestra en sus Divinos pies. Cubiertos con el manto, le suplicamos que nos proteja bajo la sombra de sus alas, que nos cuide como a la pupila de sus ojos. Y mientras transcurre la temible noche, esperamos que el Esposo despierte y nos encuentre con las lámparas encendidas, no sea que no nos reconozca y nos sea prohibida la entrada al Banquete. Pero cuando la noche se vuelve más oscura tememos que el aceite de la esperanza se agote y no dure hasta la mañana, y la seguridad que hallábamos a sus pies comienza a debilitarse por el temor de verlo dormido… profundamente dormido sin posibilidad de despertarlo, porque ¿qué es una débil creatura a los pies del Creador Todopoderoso? ¿qué es el todo pecador a los pies del Solo Santo? …Y entonces, cuando la lámpara parece apagarse y Ruth cree hundirse, el Esposo despierta para reavivar la llama y calmar la tempestad. No temas, hija mía, ¿acaso no vales más que las aves del cielo? Y el Omnipotente no descuida una sola de ellas. No temas, Ruth, ¿acaso no vales más que las flores del campo? Y si los lirios están vestidos con mayor magnificencia que Salomón, recuerda que para ti el Santísimo ha reservado blancas vestiduras que han sido lavadas en la Sangre del Cordero. Él la tranquiliza y vuelve a dormirse. Esta vez Ruth cae a sus pies, se postra adorando a su Señor. La hemorroisa sólo tocó la orla de su manto, pero ella puede abrazar sus pies llagados suplicándole que la esconda dentro de sus llagas y que le impida apartarse de Él…

Y así transcurre el tiempo hasta el amanecer. Boz despide a Ruth y decide comprar el campo a Noemí y tomar por esposa a Ruth. Pero nosotros no hemos sido comprados ni con oro ni con plata, sino con la preciosísima Sangre del Cordero que murió en la cruz…

Es el día de las Bodas. El Esposo espera a la bellísima Ruth quien, vestida de perlas y brocado, no osa acercarse por sus buenas obras de las cuales carece mucho y está siempre vacía; pero el séquito de vírgenes la anima a confiar en su Infinita Misericordia y la lleva ante su Rey cantando: Escucha, hija, inclina el oído: prendado está el Rey de tu belleza; póstrate ante Él, que Él es tu Señor.

5 comentarios:

Natalio Ruiz dijo...

Hermoso post.

Lo terminaría con todo el salmo 44.

A falta del salmo entero, un par de estrofas:

Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna:
prendado está el rey de tu belleza,
póstrate ante él, que él es tu señor.

...

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

Respetos para ambas.

Natalio

Anónimo dijo...

Estimado Natalio,

qué hermosos los versículos que eligió! Los leo una y otra vez, van justo con lo que yo imaginaba. Esperando que no lo tome a mal, me los apropio para mi post.

Infinitas gracias por el final!

Saludos,

Ruth

Natalio Ruiz dijo...

Es un gusto estimada amiga.

Respetos.

Natalio

Mary Lennox dijo...

En verdad amiga uno nunca puede siquiera llegar a creer las maravillas del amor de Dios, no puede creer que alguien tan inolvidable pueda amarnos a nos, pero es así. Por eso cierro mi comentario con esto que dice el Papa:
"San Pablo ha renunciado a su propia vida dándose totalmente a sí mismo para el ministerio de la reconciliación, de la Cruz que es salvación para todos nosotros. Y esto debemos saber hacer también nosotros: podemos encontrar nuestra fuerza precisamente en la humildad del amor y nuestra sabiduría en la debilidad de renunciar para entrar así en la fuerza de Dios. Debemos formar nuestra vida sobre esta verdadera sabiduría: no vivir para nosotros mismos, sino vivir en la fe en ese Dios del que todos podemos decir: "Me ha amado y se ha dado a sí mismo por mí"."
Cariños
Mary

Anónimo dijo...

¡Gracias, querida Mary, por el hermoso texto de nuestro querido Benedicto! Además comenta citas de San Pablo que siempre me han tocado fuertemente...

Cariños,

Ruth