lunes, 16 de junio de 2008

De alegrìas y tristezas de Amor, Pecado y amargura


Es de noche en Misselthwaite, la luna brilla solitaria en medio de la noche, todos se han ido a dormir; caminando con vela en mano por los pasillos, de repente la luna ilumina una vieja y extraña habitación... La puerta se abre y el viento sopla... en la habitación un cofre abierto lleno de viejos manuscritos del cual sobresale este en particular, escrito por la pequeña pluma de una joven autora... He aquí su transcripción:




“La propia causa de la alegría que te sorprende, será la misma causa de la conciencia de tu pecado”


La primera vez que escuché estas palabras no las comprendí, pero luego me enamoré. ¿Quién hubiese pensado que él iba a verme? Pues el hecho de que yo lo haya visto no significaba que él también lo hiciera. Mi alegría fue una sorpresa, sorpresa de la mutua búsqueda de ambos. Aquel a quien yo había visto a lo lejos arriba en la montaña también me vio a mí y al ver semejante milagro mi alma no cabía en sí. Al llegar él, lo cambio todo, a su vista florecí, y mientras yo mas crecía su imagen ante mi también lo hacía. Sin embargo, aquella sentencia rondaba mi felicidad, sin que yo todavía comprendiera como la Alegría podía convertirse en Angustia. No entendía, ya que en aquel momento todo me sorprendía, el mundo era maravilloso y junto a él todo tomaba el color y el aroma de las rosas.
Pero el destino,o él mismo, quiso cambiar las cosas, pues no bastaba con la sorpresa de la alegría, para que yo lo amara realmente, ya que no era yo igual a él, no era yo de las alturas sino que pertenecía a la tierra fiel. Era menester que yo, de alguna forma, me hiciera igual a él, ahora lo comprendo. Para esto no bastaba que yo comprendiera su grandeza, sino que en base a ella comprobara mi propia miseria. Eso era lo que significaba “…causa de la conciencia de tu pecado”. Pero, ¿cómo llegué a ser conciente de algo que no era? Pues bien, como todo aquello que esta en penumbras necesita una gran luz, así necesité que mi miseria se viera a la gran Luz de su belleza. Esa noche, el se hizo uno de la tierra, dejó la montaña, las alturas y se hizo terrestre. Es así como vino a verme y aunque su belleza ante cualquier ojo lo delataba, ante mí, ante el ojo de la amante, no lo hizo. He aquí que lo desprecié y ante el miedo por el amor que manifestaba lo maté…Ahí en su momento más bajo, brilló más su luz de montaña, y la ceguera que cubría mi vista se cayó, al reconocerlo ante mi muerto. En mis manos estaba la alegría que me sorprendía, ante mi se alzó mi miseria y fui consiente de mi pecado.Sin embargo el amor, o él, no quiso que así muriera, que así terminara la historia del milagro, pues estaba preparado un milagro aún mayor. De repente una voz ante mi se alzó y me dijo “¿Renuncias a todo por recuperar a tu amor?” “Sí” respondí con lágrimas en los ojos, “¿Serías capaz incluso de morir para cambiar tu vida por la de él?” “Sí” respondí con los puños cerrados, “¿creerás entonces que así ha de ser?” sin terminar de comprender aquella pregunta respondí que sí. Al instante en medio de mi miseria la vista se arreglo y vi que la muerta en realidad siempre había sido yo. Reconocí su mano que la tendía hacia mí, y que me invitaba a la Luz, pero yo ya no era yo y sin embargo en su amor era más yo que nunca. Había muerto para nacer de nuevo, dejando atrás la tierra para subir a las montañas, dejando atrás el viejo yo. Recibí, así, el regalo más grande que es el de convertirme en semejante a mi amor; pues fue él, el que primero en realidad me buscó.
Hlios

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